domingo, 20 de marzo de 2011

ALEJANDRO Y LOS MOLINOS DE ARTEJÉVEZ

La primera persona que le habló al joven Alejandro Romero Ros de los molinos de viento de la zona aldeana de Artejévez fue su abuelo Manuel, quien le contó que los suyos habían sido grandes carpinteros y «habían construido un molino fuera de lo normal en Gran Canaria».

Seguramente por eso, cuando a Alejandro le encargaron que eligiera un trabajo en su instituto, eligió el de los gigantes de Artejévez. Ayudado por su tío Eduardo y con la documentación que le facilitaba el Ayuntamiento de La Aldea de San Nicolás, donde el compañero Francisco Suárez Moreno, cronista oficial, ha hecho una magnífica labor histórica y etnográfica sobre éste y casi el resto de los temas, elaboró un documento que es una pieza de cátedra y que ha dejado asombrados a su tutora, Berni Cembrano, al resto del claustro, a sus compañeros y a toda su familia, incluyendo al abuelo, que no sale de su asombro ante la meticulosidad, entendimiento y técnica de un pibe que apenas cuenta los 16 años.

Alejandro cuenta que a medida que iba pensando en cómo desarrollar el trabajo, más le iba gustando la idea de indagar sobre el pasado de su familia y de ahí que se trazara los objetivos de hacerlo buscando recuperar parte del patrimonio familiar, reconstruir una maqueta a escala de los molinos de Artejévez, estudiar el funcionamiento de los molinos de viento y estudiar el comportamiento del viento en ellos, buscando además que el trabajo en conjunto tuviera una parte práctica destacable.
En su trabajo, el joven catalán descendiente de canarios, empieza analizando el viento y sus tipos, hace una breve historia de los molinos de viento, sobre los emplazamientos para los captadores eólicos, instrumentos de medición, características del terreno y orografía y disecciona las partes principales de un molino de viento, haciendo especial hincapié en los existentes en el Lomo de Artejévez, donde aparecen sus antepasados, para finalizar con una magnífica maqueta hecha por él del molino de ese pago de La Aldea de San Nicolás, donde él no ha estado nunca.

De la memoria de su abuelo y de los documentos enviados desde Gran Canaria, Alejandro supo que el molino de Artejévez era de los denominados de pivote de torre de madera móvil y de orientación automática. Su saga aparece en el propio maestro constructor, el carpintero galdense Manuel Romero Caballero, quien transmitió sus saberes a sus hijos Antonio y Eulogio Romero Auyanet. Esta familia, establecida en La Aldea de San Nicolás en las primeras décadas del siglo pasado construyó 16 molinos en los municipios de Gáldar, La Aldea, Mogán, San Bartolomé de Tirajana, Ingenio y Agüimes y muchos de ellos conservan el mecanismo de orientación automática.

Los molinos de pivote, según cuenta Francisco Suárez Moreno, se estructuran en dos unidades bien distintas: la casa y la maquinaria. La primera tenía una planta cuadrada de unos cinco metros de lado y tres metros de altura, con muros de mampostería. Su techumbre plana, de cal y arena, sostenida con vigas y tablas de madera, disponía en su centro un gran orificio circular con anilla de madera por donde sobresalía la torre del molino. Para evitar la entrada de lluvia al interior de la sala este orificio estaba protegido por una especie de gorrón o paraguas metálico incrustado en la misma torre, casi rozando el techo de la sala. Todas estas construcciones disponían de una sola puerta y una ventana de luz.

A un metro de la azotea de la torre disponía de un gran cola de tablones de madera, que fue una innovación hecha en Canarias, que orientaba la máquina en dirección al viento, girando automáticamente toda su torre sobre el pivote o eje de rotación, con lo que las aristas de las torres eran susceptibles de rozamiento con la anilla de madera que recubría el orificio circular del techo, lo que precisaba de un continuo engrase de la zona de rozamiento para evitar el desgaste.
El mecanismo de molturación. situado en la base de la torre también giraba al cambio de dirección del viento y estaba constituido por las dos muelas, recubiertas por la caja; la tolva o depósito del grano y la canaleja. La parte más llamativa del molino la constituía la base de la torre, donde se sostenía la caja con todo el mecanismo de la molienda, y lo formaban dos gruesas vigas entrecruzadas en cuyo centro inferior se hallaba el pivote metálico, el punto de apoyo de todo el molino, que se introducía en un agujero hecho sobre una sola piedra.

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